La historia dice así.
Recién despuntaba el año 2000 en
Argentina y con él arribaron a la televisión por cable dos películas
características de España. La primera era Todo
Sobre mi Madre de Pedro Almodóvar, y la segunda, Torrente de Santiago Segura.
Puede ser que los decorados
tan barrocos de Almodóvar, o la repugnancia que generaba el personaje insigne
de Segura, hayan generado en mí una visión negativa de lo que era la península
ibérica, y más puntualmente, de la ciudad de Madrid. Una sensación a encierro
me generaba todo lo que acompañaba a aquellas películas.
Debo agregar también, en
defensa del país, que mi padre había marchado varios años antes hacia allí y
había fijado residencia y una nueva familia en la península. Esto también
contribuía a mi forzoso rechazo de la simbología ibérica.
En ese entonces tenía nueve
años y ambas películas se forjaban en mi mente como un único relato al cuál
había despojado de sus argumentos y los había congelado como meras imágenes de
lo indigno.
Armaré aquí, un corolario de
mis propias confesiones e impresiones del cine de Pedro Almodóvar.
Hace unos pocos años volví a
conectarme, y esta vez de forma muy profunda, con el cine del creador manchego.
Casualmente el proceso de ver toda su filmografía lo comencé en la mismísima España,
en un año marcado por el reencuentro con mi padre y su familia.
En esa nueva aventura pude
identificarme, divertirme y experimentar muchas de las artimañas, recovecos y
bellezas que habitan en las historias de Almodóvar, y hacia el final, las preguntas
que rondan mi cabeza eran cada vez más numerosas.
Al repasar la larga lista de
las películas de Almodóvar podemos identificar diferentes estilos y géneros que
van sucediéndose a través de los años de producción del autor.
Se suele decir que el director
posee tres etapas claramente identificables. Almodóvar no es una marca o una
muletilla, ya que va cambiando constantemente aspectos y estéticas de una
película a otra. Lo que sí podemos reconocer son figuras usuales, símbolos, y
hasta roles que se repiten con alguna variación.
El dominio técnico y formal
del cine de Almodóvar fue mejorando con los años y es por eso que sus primeras
películas suelen ser agrupadas en un pseudo grupo nominado como etapa
experimental. Experimental porque los protagonistas de sus historias suelen ser
personas retorcidas, salidas de ese caldo proveniente del under madrilense de
donde el mismo autor proviene - tomemos en este caso otro significado de la
palabra retorcida, no relacionándola con algo malo si no diferente, despojando
aquí la dimensión negativa que se le suele dar a la palabra.
Una clave en Almodóvar es que
él mismo escribe y dirige sus propios guiones, aunque varias veces se ha valido
de colaboraciones, nunca dirige un guion que él no haya concebido. Esto nos
permite entrever que en gran parte de sus relatos hay rasgos autorreferenciales,
y también podemos marcar una diferencia entre Almodóvar y los directores que
solamente dirigen guiones de otras personas, ya que esto convierte al director
guionista, en un intérprete de una obra
propia, como suele suceder en el teatro cuando un director dirige su
propia obra o en la música, cuando un compositor dirige o lleva a cabo la
ejecución de una pieza propia.
Hagamos una disección de las
cosas que más impactan en las películas de Almodóvar. Para empezar propongo que derribemos un prejuicio sobre los
argumentos de sus películas. Si bien, algunos títulos como Matador o La piel que Habito
en mayor medida, o Carne Trémula y Kika, llegan a marcar ritmos de
suspensos hasta rayar con lo incómodo, no hay que dejar de observar que las
historias tratan mayoritariamente de amor y del desencuentro. En base a estos
ordenadores, podemos ir identificando diferentes lugares comunes en la
filmografía del cineasta. La madre que todo lo tolera y que es el pilar de la
más disfuncional de las familias, el amante que no soporta la felicidad y se
empuja a un abismo de soledad y martirio, son sólo algunos de los personajes
que se construyen una y otra vez. También debemos observar que los personajes
compuestos no son inmutables si no que poseen una viveza y animación tal que
están en constante cambio. Los personajes protagónicos, aquellas figuras que
nos cautivan y nos atrapan, son las que se encuentran en constante movimiento y
cambio. Sus pasiones y motivos nos son desconocidos la mayoría de las veces y
eso puede parecer incomprensible, pero al final podemos percatarnos de que
justamente estas personas cambian y no permanecen inmóviles ante el transcurrir
del tiempo. Así como sucede en el cine y en la mayoría de las artes, el gusto
mayoritario por una obra se logra, en base al nivel de identificación que tiene
el público con ésta. Como público, somos adeptos al arte que nos comprende, que
nos hace vibrar, que nos estimula y que nos deja un resabio dentro.
Ahora, uno podría preguntarse
tranquilamente el porqué de escribir sobre el cine de Pedro Almodóvar.
A partir de 1990, con
películas como La Flor de mi Secreto,
se empieza a configurar una práctica usual dentro de la narrativa de Almodóvar,
que consiste en crear dentro una película el argumento para una nueva. Así es
como el personaje de Leo es quien escribe el relato que luego dará forma a Volver. Y así también sucede con la
inteligente y acertada selección de casting que nutre y da vida a cada nueva
producción. Almodóvar se sirve de un abanico de actores que recorren
habitualmente sus películas. El caso más notable es el de Chus Lampreavre que
siempre brinda una cuota cómica a cada relato y se ha convertido en un
verdadero ícono de la filmografía del director. En La Flor de mi Secreto también observamos una simulación in situ
donde el personal de un hospital debe capacitarse para informar a distintos
usuarios de la defunción de un pariente. Esta escena se vuelve a repetir en Todo Sobre mi Madre, un film exquisito y
el predilecto de quien les escribe. Aquí podemos ver como Manuela, la
protagonista encarnada por Cecilia Roth –acaso una de las primeras chicas
Almodóvar después de Carmen Maura-, es quien primero instruye y protagoniza
aquellas pruebas o capacitaciones, y
luego le toca a ella misma vivir la situación real y a sus compañeros les toca
dar las malas noticias. Así quien era anteriormente era el actor se convierte
en la persona despojándose de cualquier frialdad y falsedad. La tragedia se
hace realidad y los personajes cobran dimensión y profundidad al verse
involucrados en estas situaciones ahora reales.
De esta manera las películas
de Almodóvar se fueron nutriendo de uno de sus rasgos más importantes y
trascendentes, su propia simbología. Así, cuando vemos a Javier Cámara, Lola
Dueñas y a Cecilia Roth arriba de un mismo avión podemos intuir que el telón
está a punto de levantarse. Almodóvar arma su propia compañía itinerante de
actuación con la cual recorre nuestras mentes y nutre nuestras mentes.
En base a identificarnos con
estos personajes el director juega con nosotros y pone a prueba a su público
¿Cómo podremos identificarnos con un padre que ha perdido a toda su familia y
que se encuentra viviendo un crudo infierno si además, es un secuestrador y
dueño de una sangre fría digna de un psicópata? ¿Y qué pasa con Raimunda, la
protagonista de Volver? ¿Toleramos su
iniciativa y su rudeza ante la adversidad pero somos capaces de aceptar que
encubra un asesinato? No hay medias tintas en estas películas y nuestra
aceptación es llevada hasta el final. Pero aquí Almodóvar no nos cita como
jueces ni como testigos, nos cita como partícipes, son nuestras propias
pasiones y nuestros propios deseos los que se ven en la pantalla y debemos
recordar ante todo que nadie es igual que ayer, todos hemos cambiado.
Con La Flor de mi Secreto también comienza una asociación artística
entre Almodóvar y el compositor Alberto Iglesias. A partir de aquí, Iglesias se
hará cargo de la banda sonora de cada nueva producción y lo hará con creces. El
ritmo del montaje se ve afirmado en buena medida por el dominio compositivo de
Iglesias. Antes de asociarse con Iglesias, las películas de Almodóvar tenían
contenido y poseían muchas cosas que hoy podemos ver como positivas, pero no
poseían un dominio en lo sonoro que fuese admirable y a veces éste ni siquiera
lograba ser aceptable. Ahora que la historia ya está escrita podemos afirmar
que Iglesias es un compositor Almodovariano, pero sólo por el hecho de que la
música de las películas de Almodóvar son de su autoría. Esto no es ninguna
nimiedad, sino que es loable reconocer que el universo sonoro de las películas
de Almodóvar se ha visto mejorado e incluso ha alcanzado su madurez gracias a
Alberto Iglesias.
Éste nuevo universo sonoro de
Almodóvar se ve reforzado por el uso escénico de diversos boleros. Por nuestros
oídos desfilan interpretaciones de Chavela Vargas, Caetano Veloso y también
Sara Montiel. El uso del bolero, con su lírica de desamor y fatalismo nutren a
los personajes de una dimensión profunda que nos permite relacionarnos con ese
mundo que se nos muestra. Y aquí es donde el universo sonoro y el visual se
unen para lograr otro gran acierto de Almodóvar, la representación teatral
dentro de las películas. Así vemos a Gael García Bernal imitando a Sara Montiel
o a Marisa Paredes cantando un bolero ante una audiencia multitudinaria. Este
universo que se conecta con las creaciones de Ingmar Bergman y de Bob Fosse
permiten a Almodóvar crear un momento de comunión entre los espectadores y los
intérpretes. Aquí el deseo se encarna y nuestras fantasías pueden realizarse
aunque sea sólo por período breve. Y para no olvidarnos,
mencionemos también ese lado olvidado de las películas que es el doblaje de
sonido, donde Almodóvar monta proverbialmente parte de Mujeres al Borde de una Ataque de Nervios o el comienzo de La Ley del Deseo.
Los diálogos cómicos e
ingeniosos, la revisión de una sociedad que vuelve a construirse de espaldas a
uno de sus periodos más oscuros, la dirección de arte tan atenta y barroca, la sensualidad y aquellos besos, algunos tan
desabridos y forzosos como otros tan profundos y sinceros - como el de Antonio Banderas, quizás el primer chico Almodóvar, a Eusebio Poncela en La Ley del Deseo - son lo que nos
invitan a revisar una vez más la creación de Pedro Almodóvar. Este artista
reafirma como ser humano, la propia creación de uno mismo como individuo y como
persona, y la construcción de un universo propio dentro de un marco de fantasía
que sabe y se parece mucho, tal vez demasiado, a la realidad.
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