Tuesday, January 20, 2015

“Su voz es un reino”.

 “De niño, cantaba. Cuando era adolescente, como todos los  adolescentes, mi voz se quebró. Quedó como ahogada, perdida. Me sumergí con pasión en la música instrumental. Hay un lazo directo entre la música y el cambio de voz. Las mujeres nacen y mueren con un soprano que parece indestructible. Su voz es un reino. Los hombres pierden su voz de niño. A los trece años enronquecen, cacarean, balan. Es curioso que nuestra lengua  diga todavía que cacarean o balan. Los hombres están  entre los animales cuya voz se quiebra. En la especie, conforman la especie de los cantos a dos voces.
A partir de la pubertad se puede definir como humanos a aquellos a quienes la voz los abandonó como una muda.
En la voz masculina, la niñez, el no-lenguaje, la relación con la madre y su agua oscura, con el cerramiento del amnios, luego la obediente elaboración de las primeras emociones y finalmente la voz infantil que atrae al lenguaje materno, son la piel de una serpiente.
Entonces los hombres cercenan las bolsas testiculares e interrumpen la muda: es la voz infantil para siempre. Son los castrados. O bien los hombres componen con la voz que han perdido. Recomponen tanto como pueden un territorio sonoro que no se transforma, inmutable.
O bien los hombres suplen con ayuda de instrumentos el desmayo corporal y el abandono sonoro que los sumergió su voz enronquecida. Recobran así los registros agudos, a la vez pueriles y maternales, de la emoción naciente y de la patria sonora”.


Me permití citar a Pascal Quignard en una bella descripción acerca del cambio de voz que los hombres experimentan durante la pubertad.     

El Odio a la Música fue editado en la Argentina por la editorial El Cuenco de Plata y es una lectura que me permito recomendar para estos días veraniegos.
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