Friday, April 11, 2014

Ya nadie va a escuchar tu remera

Hoy me toca escribir rápido. Estoy de pasada porque sigo trabajando en un artículo que me está llevando más de lo previsto. Quiero seguir con el ritmo de las entradas en el blog, me permito desviarme un rato y escribir unas cuantas líneas sobre otro tópico.

Debo admitir que nunca logré comprar una remera de alguna banda de rock. Lo he intentado, pero nunca lo he podido llevar a cabo.
Casi una década atrás, comencé a escuchar bandas finlandesas de Power Metal tales como Sonata Arctica o Stratovarius. Mi recorrido partió en base a esas dos bandas y de a poco fui llegando a grandes referentes del heavy metal como Iron Maiden, Helloween o Judas Priest.
Recuerdo cabalmente aquellas reuniones con amigos, donde nos juntamos a cantar temas como Tallulah o Wolf and Raven a las cinco de la tarde. De todo, lo que más me impresionaba, era ver que yo era el único del grupo que no tenía una remera de Iron Maiden. Desesperado por pertenecer, comencé mi búsqueda por encontrar una remera que pudiese usar. Entre locales y locales, nunca llegué a encontrar alguna que fuese con mi gusto y finalmente, nunca compré la bendita remera.
Pregunta obligada en aquellas charlas de cabotaje, donde comenzas a conocer a otra persona, y después de aquella pregunta con la que conoces de equipo la otra persona es hincha, viene la pregunta sobre qué género de música es el predilecto. Como yo vestía de manera muy escueta, la sorpresa de los otros era aún mayor cuando yo les comentaba que escuchaba fanáticamente bandas de Power Metal. Con los años restantes de secundaria, el asunto fue complicándose ya que a bandas como Nightwish, en mi lista le siguieron otras como Van Halen, Ayreon, Dream Theater, The Gathering , y algunas no tan “metaleras” como Tool, Rammstein, The Smashing Pumpkins, A Perfect Circle, Frank Zappa y The Mars Volta, entre muchas otras.


Volviendo al tema de la remera, debo admitir que mientras yo emergía del submundo metalero, otras personas emergían de otras tendencias y junto al fotolog y otras plataformas virtuales (acaso alguien se acuerda de Cumbio, aquella mesías de los “floggers” que llegó a publicar un libro, o un supuesto manifiesto), el mundo experimentó un renovado boom de las mal llamadas tribus urbanas. Si todo el asunto me resultaba complejo, hay que sumarle el hecho de que yo era amante del manga y del anime, y compaginaba mis estudios secundarios con el estudio de la música, también mal llamada, académica. Hoy en día, sigo experimentando deseos de comprar esa remera de Iron Maiden. Alguna de esas escandalosas con el personaje de Eddie en un cementerio o corriendo por una trinchera. A veces también experimento imperiosas ganas de tatuarme el símbolo de Dharma de la serie Lost en el brazo, o tal vez, de comprar un sticker de Genesis. En fin, nunca lo hago. Por el momento, todavía recaigo en el hecho que una remera no se puede escuchar, y que el común de la gente siempre espera algún rasgo o una mínima tendencia para colocarte una estampa en la cabeza, como deseosos de ponerte en su álbum de figuritas de personajes raros de la vía pública.

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