Saturday, March 22, 2014

La redención de los músicos


Leyendo un libro de anécdotas sobre la vida de diferentes compositores, escrito por Fernando Argenta, me encuentro con algunos datos sobre la vida privada de Wolfgang Amadeus Mozart.
En correspondencia con su prima, el compositor austríaco deja entrever un humor bastante particular y de lo más insólito. Sin ánimo de transcribir aquí el contenido de dicha carta, me abocaré estrictamente a escribir sobre lo que es importante para este blog.
 
Mozart dejó como legado un inmenso catálogo de obras, las cuales nos llegaron fieles en gran parte, cosa que no ocurrió, por ejemplo, con la obra de J.S. Bach. Podemos encontrar sinfonías, conciertos para cualquier tipo de instrumento (piano, corno, fagot, oboe, clarinete, etc.), divertimentos, una veintena de óperas y mucho, mucho más. Un costado un poco ignorado de su colección de obras es la producción de diversos canon. Estas divertidas composiciones, las cuales se pueden interpretar como un juego y  también como un ejercicio pedagógico.

La palabra Canon proviene del griego, y significa regla o modelo. A simple vista, el canon es una melodía que sirve para cantar en grupo. Todos los que cantan aprenden la melodía y luego se dividen en grupos (en dos, tres o cuatro partes, dependiendo del  ejemplo) para comenzar a cantar comenzando la melodía en diferentes momentos. Si todo sale medianamente bien, el resultado  es la conformación de una obra que no solo posee melodía, si no también, armonía.  El canon forma parte de la tradición folclórica de diversas zonas del mundo y se ha utilizado como pasatiempo. Un ejemplo conocido es Fray Santiago (o Frere Jacques). Muchos compositores se han interesado por el género y han logrado ingeniosas y divertidas variantes.

En el caso de Mozart, ha legado divertidos ejemplos de esta práctica. Un ejemplo escatológico sería Bona Nox K.561 (http://youtu.be/pVG2VDc6rD8), donde la letra dice: “Bona Nox, eres un verdadero buey, buona notte querida Lotte, bonne Nuit ¡Sí, sí pfuí pfuí! Good night lejos hay que andar. Buenas noches, cágate en la cama y que suene, buenas noches, duerme bien, y eleva el culo hasta la boca”. Un juego de palabras e idiomas interesante, si bien, algún que otro significado no es exacto debido a los modismos vieneses de fin del siglo XVIII.  

Puede resultar un poco raro encontrarse con este costado mozartiano (exprimido y difundido por la famosa película Amadeus), pero basándonos en los testimonios de sus cartas podemos ver como el compositor poseía un sentido del humor muy desfachatado y totalmente despreocupado. Pensemos que si hoy en día nos sorprenden estas ocurrencias, hay que imaginarse la reacción de los contemporáneos de Mozart.
Masónico y católico, Wolfgang nunca se alejó de la tradición cristiana de occidente y compuso un gran número de misas, oratorios, motetes y de más. Este perfil de Mozart, devoto y sumiso ante la organización divina contrasta directamente con su imagen más mundana y jovial. Sobran rumores y chismes sobre cuando la muerte tocaba las puertas del compositor, en medio de suspiros y últimos alientos, Mozart componía desfalleciente su último opus, el Requiem, la misa para los difuntos pensando que era la mismísima parca la que venía a por él.
  

En un registro reciente podemos escuchar la interpretación de Claudio Abbado, recientemente fallecido, con una magistral demostración de profundidad espiritual. Al final de dicho concierto, podemos contemplar un intervalo de total silencio de más de un minuto de duración. Gracias a un buen registro audiovisual, podemos experimentar la actitud del director frente a tal escena. Como dice Daniel Barenboim, el sonido puede surgir del silencio, para efectivamente, retornar a él. En este caso, el silencio sería la nada, y el sonido sería la vida mortal. La vida surge de la nada para volver al silencio (http://youtu.be/0_kTC2YU98k).

Alegorías sobre este tema sobran, pero lo único seguro es que la interpretación de tan magistral obra es, mínimo, sublime (todo esto es solo una cara de la moneda, porque del otro lado podemos decir que lo íntimo, sagrado y profundo del momento no se transmite por un medio masivo como lo es internet o el gigante multimedial de YouTube perteneciente a Google, dicho sea de paso). 
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Tuesday, March 11, 2014

Nadie es perfecto, cantaba Miley

¡Atención! El siguiente post puede contener videos de dudoso gusto.

Gracias a las recomendaciones de un amigo llegué a la ola Mainstream de los Vine´s. Estos simpáticos videos se cargan a través de una plataforma online para teléfonos celulares y consisten en subir pequeños videos (de exactamente seis segundos de duración) que tengan cierto grado de comicidad, de un humor más accesible, y menos morboso que su hermano mayor, los fails.

Más allá de haber pasado tiempo riéndome frente a la pantalla de la ocurrencia de la gente que sube sus bromas hilarantes a internet, lo que más me llamó la atención fue la cantidad de vines que parodiaban la canción Wrecking Ball de la ex astro adolescente, Miley Cirus (http://youtu.be/My2FRPA3Gf8).


Si fuera solo por mérito de Miley, no estaríamos hablando de ella. Estamos hablando sobre ella gracias a la reacción del público online con respecto a sus videos (http://youtu.be/btpDUIPAlxc). Sí, ese mismo público que parodia sus videos subiéndose a una masa de concreto desnudos. Si el público se ve estúpido y decadente, es porque Miley se ve más. Si el público pisa sobre barro, Miley se sumerge en el pantano. Y si todo resulta una broma, una parodia, una mímesis, pues así lo resulta la industria que cobija a estos astros.

Si dedicamos media hora a seguir la actividad online de Miley, podemos presenciar claramente la supuesta metamorfosis que sufrió esta ex teen idol marca Disney. Literalmente, videos al estilo Ricky Martin en su época Menudo, o Luis Miguel con La Chica del Bikini Azul eran la marca que pregonaba Miley (http://youtu.be/t93u0qg5q_M). Probablemente por decisiones de la discográfica o de algún manager iluminado, la imagen de la otrora Hannah Montana mudó a la chica supuestamente juzgada por la sociedad, que quiere ser aceptada por como es, por vivir al borde de los límites de la sociedad. En fin, el mismo cuentito popidol en decadencia que sigue en vigencia década tras década. Lo loco de esta historia, es que marginada o aceptada, la idol siempre usa menos ropa de la que debería.

Si estiramos un poco la mirada, claramente nos damos cuenta de que el público de la popidol no es el mismo que el que la parodia por medio de videos ridículos (acaso habrá una década en el medio). Hay quienes dicen que no existe la mala publicidad. Por lo pronto, los videos de Miley y todas sus parodias se han convertido en virales y día a día suman miles de seguidores devotos.

El ejemplo de Miley no es único. Podemos repetir la búsqueda con Cristina Aguilera, Britney Spears, Shakira, y quién sabe, tal vez en algún momento veamos a Taylor Swift virando violentamente hacia el cambio de imagen con tal de comprarse algunos años más en la pasarela.
Cada vez que las chicas blondas, esbeltas, populares, se salen del foco de los medios, abandonadas por haber perdido el carácter de novedad que solían tener, desplazadas por una nueva cara bonita, la industria se ve obligada a lavar la cara de los antiguos ídolos y salir en busca de ese otro público el cuál habían dejado de lado con el proyecto original. Como una resucitada ídola pagana, nuestra querida Miley pregonara por los raros, los marginales, y le gritará al medio que la vio nacer, que ella no necesita seguir ninguna moda, que ella se hace a su medida y no importa si a quienes la rodean le choca su nueva postura casi filosófica.
En sus nuevos videos, podemos ver a una chica que antes supiese maquillarse como dictan las revistas del corazón, pero que ahora ostenta un look desteñido, sin importarle si se corta los dedos en un acto de rebeldía (o si sus fans no hacen caso al cartel de “No intentar en casa” http://youtu.be/aH2jJdBkGgs) o si se muere ahogada en una pileta luego de varios hechos de  “reprobable moral”.

“Nueva imagen” o no, lo que no sorprende es que el pop de Miley siga siendo el mismo. Los estribillos sencillos siguen estando nada más que donde antes había una banda sesionista, hoy hay un dj encargado de componer un pista pegajosa. Lo que el ojo ve, cambia, pero lo que oído escucha, no.


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Sunday, March 2, 2014

Traduttore, traditore

El dicho dice Traduttore, traditore, que en castellano sería Traductor, traidor. En nuestro caso, no estaríamos hablando de un traductor, sino de un subtitulador.

Oficio extraño el del encargado del subtitulado. Quienes trabajamos en la ópera, y más particularmente, en el ámbito de la ópera independiente, sabemos que los puestos más específicos, son los más difíciles de cubrir. Más, si se trata de un trabajo tan periférico y especializado como el del subtitulador. A resumidas cuentas, el subtitulador en la ópera es aquella simpática persona que se encarga de sincronizar los subtítulos mientras el elenco se encuentra sobre el escenario. La comprensión, y el trabajo de muchos meses de todo un equipo de trabajo, residen por unas horas, en él.
Si todas las óperas representadas estuvieran en castellano, o claramente, todo el público dominara el idioma que la obra utiliza, el subtitulador debería buscarse otro trabajo. Por  desgracia (o por suerte), el mundo de la ópera es tan complejo que el público quiere ver y escuchar obras en su idioma original, y a la vez, quiere entender la trama sin necesidad de dominar el ruso, el inglés o el italiano.
Gracias a los avances tecnológicos, hoy en día podemos disfrutar de la ópera sin siquiera antes investigar el argumento para saber qué es lo que vamos a presenciar. Por esta misma razón, el oficio del subtitulado es relativamente nuevo y podemos afirmar que ha logrado dinamizar el acercamiento de nuevos públicos hacia el género de la ópera en las últimas décadas.Hoy podemos sentarnos en un teatro y dejar que los subtítulos, con la ayuda de los comentarios del programa, nos guíen a través del espectáculo.

Lo que me lleva a escribir acerca de esta profesión tan ingrata y tan poco reconocida por el público en general, es mi primera experiencia como encargado del subtitulado. Previamente había tenido contacto con el trabajo, pero solo delegando a otra persona para que hiciera cargo del muerto. En efecto, cuando me tocó a mí llevar a cabo la faena, me ví en problemas.
Imagínense una sala a medio llenar, unas 150 personas mirando una ópera, poco conocida de por sí, en inglés. El tempo de la música es rápido, y las melodías amigables. Suena un rag y el coro en escena canta una línea tras otra sin ningún reparo. Todo se sucede manera rápida y yo, sin querer trastabillar, detono la tecla del ordenador que deja paso a la siguiente línea del subtítulo. Los cantantes dejan de cantar pero yo, seducido totalmente por la pegajosa melodía sigo presionando el teclado como si nada. Me percato de esto, maldigo en voz baja, y vuelvo en reversa las líneas profanadas. Una amable señora se da vuelta y me mira por unos segundos como tratando de constatar mi delito.  Yo no la miro, aunque sé que en ese momento, si supiera mi nombre, lo estaría maldiciendo. Sé que lo hace, porque yo también lo haría en su lugar.


El subtitulador se encuentra en la delgada línea del amor y del odio frente al público. Tampoco hace falta que mencionemos las represalias de los músicos, los cuales, luego de una función, recriminan los errores ajenos argumentando que los han privado de un momento genuino ante la audiencia.
Nadie comprende el trabajo del subtitulador, un trabajo que parece tan sencillo, tan amable, y que a la vez, resulta ser muy estresante y complicado. Faltaría que al equivocarse el subtitulador, tuviera que echar a correr porque una turba lo sigue con palos y antorchas, dispuestos a crucificarlo frente a la sala de conciertos.
Hay que comprender el hecho de que un simple mortal es capaz de frustrar los esfuerzos de toda una producción gigantesca. Sin ensayo previo, sin preparación, el encargado llega, se sienta, posa su comida al lado de la computadora y se apresta a presionar el botón, ese que da cuerda a la ópera.
Es que la música es así. Solo basta un estornudo para apagar el pianísimo más delicado, y solo hace falta un subtitulador despistado para echar agua a la pasión fervorosa de una audiencia iracunda. 
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