En julio pasado escribí la
nota Where is Jessyca Hide sobre la
dirección de arte en las series de televisión. Ahora sumaré a la biblioteca de
recomendación la ya finalizada Mad Men.
Un juego de palabras entre
AdMen (advertising men), hombre de publicidades y Mad Men, de traducción literal,
hombres enojados.
La dirección de arte no es
magistral ya que no se hace tanto hincapié en ella en este caso, pero sí se puede apreciar una gran trabajo por la
escenificación y la reconstrucción de la época y las costumbres de los ´60, acompañados por un vestuario detallista y más
que nada, por un correcto uso de la música. Sí, digo correcto y hasta podría
decir audaz ya que la música utilizada es estrictamente de época (una de esas
que la gente suele añorar sacando a colación el nunca bien ponderado “todo
tiempo pasado es mejor) y refleja los cambios de gustos y tendencias de cada
año. Podemos escuchar Cha Cha, Jazz, lo mejor de cada momento y la irrupción del
rock y el pop como una erupción volcánica que deja detractores y amantes dentro
de la misma serie. Lo que mejor refleja, no es sólo un atento uso de lo mejor
del repertorio de la época, si no, la reacción de los personajes y las
costumbres ante la diversidad y los nuevos géneros.
Mad Men funciona como una
radiografía de época donde podemos experimentar las reacciones de los “americanos”
ante los sucesos más relevantes de la década tales como el comienzo de la
guerra fría, luego Vietnam, el asesinato de Kennedy y más que nada, toneladas
industriales de machismo, exitismo, consumismo y doble moral al mejor estilo
American Way. Al comienzo la serie se hace difícil de llevar, al menos, si no
dejas de lado los prejuicios y te acostumbras a querer a estos hombres tristes.
Es una pena que la industria de televisión, que tanto suele vanagloriarse sola con los premios Emmy, no haya podido recompensar de manera más grata a una de esas series, que cada tanto, coloca un espejo cruel ante nosotros, no para mostrarnos aquello que más nos gusta ver aunque sea mentira encerrados como Alicia en un viaje fantástico. Este espejo nos recuerda todo aquello que más odiamos y detestamos de nosotros mismos, como costras que se nos adhieren al cuerpo y que no nos podemos quitar.
Si el argumento no convence y
el torbellino de vanidad y egoísmo nos avasalla, bueno, siempre se puede
escuchar la banda sonora y disfrutar de un viaje gratis a una gran época de la
música acompañado de grandes dosis de nostalgia.
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