Sunday, February 22, 2015

Con B de ...

Hoy la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas entregará los Óscars nuevamente.

Aprovechando este momento de luces, ruidos y festejos, hagamos un breve repaso de dos de las películas favoritas, tanto en el rubro como Mejor Película, como al Mejor Director.         
               
Boyhood y Birdman se consolidan casi como antípodas de un mercado volátil y regido por las reglas comerciales. Más allá de las preferencias que cada uno pueda tener, aprovechemos la ocasión para analizar la música que aparece en ambos rodajes.

En el caso de la película de Richard Linklater, el montaje aprovecha la música para reforzar los cambios de calendario mientras los años van pasando, en la vida, y en la película. Como es sabido, Boyhood muestra, durante doce años de registro audiovisual, los cambios físicos de los actores que participan de la película. Con cada secuencia nueva, suena una canción de moda, insignia del nuevo año. Podemos escuchar algunos “hits” del momento y esto nos ayuda a entrar en clima y, muy disimuladamente, a entrar en la ficción y creer que estamos en el 2002, cuando Blink 182 estaba en pleno auge de su fama, o cuando Lady Gaga irrumpió el mundo. Linklater no solo nos muestra a los actores como si realmente estuviesen viviendo su vida, sino que además, se apropia de los símbolos de cada año, de aquello que a nosotros mismos nos hace recordar a esos tiempos pasados y a lo que pudimos escuchar en la radio o en la tele. Así, la realidad parece estar en la pantalla, y en los parlantes.


Birdman, la otra b del asunto, se anima a un poco más y aquí podemos realizar un ejercicio didáctico sobre la música diegética y la extradiegética. Vocablos propios de la tarea cinematográfica, la música diegética es aquella que proviene de la escena (ej. en un casamiento, suena un trío de Beethoven tocado por tres músicos que se ven en la pantalla), y extradiegético como aquella música que proviene de fuera de escena (ej. la famosa secuencia de “El Danubio Azul” en 2001: Odisea del Espacio). Podemos escuchar durante gran parte de la película, una batería acompañando el devenir de la acción, casi como representando un fallido club de la comedia. Finalmente, en un guiño hacia la audiencia (¿acaso era todo una farsa?), podemos observar durante uno de esos interminables plano secuencia (un pequeño homenaje a Stanley Kubrick, supongo), a un baterista tocando dentro de uno de los cuartos del teatro dónde transcurre la acción en Birdman. Finalmente, toda la música que creíamos fuera de escena, estaba dentro del set (o al menos por un breve momento).
Parecerá un dato mínimo, pero teniendo en cuenta la estética planteada y el cariz del guión, este detalle puede no ser tan irrelevante como parece.
González Iñarritu decide jugar con dos opuestos. La batería acompañando libremente, como improvisando, todos los movimientos fuera del escenario, ese lugar donde los actores juegan a ser a no ser ellos mismos. Y dentro de éste, escuchamos fragmentos de sinfonías de Tchaikovsky y otros tantos clásicos de la música sinfónica.  
En una de las últimas escenas sobre el escenario, cuando la trama está en pleno desenlace, suena el lied compuesto por Gustav Mahler  Ich bin der Welt abhanden gekommen, o en su traducción, Me he retirado del mundo, el cuál reza en su principio (y lo que se llega a escuchar con claridad en la película): He abandonado el mundo, en el que malgasté mucho tiempo, hace tanto que no se habla de mí ¡qué muy bien pueden creer que he muerto! (…)
¿Coincidencia? Nada que suceda en el cine debe ser dejado al azar. La puesta en escena se construye no solo visualmente, sino también, de manera sonora.

¿Quién ganará el Óscar? No lo sé.

¿Eso significa algo? No demasiado. Por lo pronto, brindemos por el cine que nos gusta y nos hace disfrutar de una experiencia enriquecedora. 
Licencia de Creative Commons
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.