Sunday, July 20, 2014

Música para aeroplanos

En uno de sus libros, Daniel Barenboim, el célebre director argentino-israelí, declaró que le gustaba mantener la barrera entre la vida pública y la vida privada. En efecto, hoy en día, con toda la vorágine de las redes sociales, ese supuesto límite se pone en juego en todo momento. Claramente, al abrir este espacio, me hice un planteo el cuál consistía en escribir artículos y notas relacionadas con mi actividad e inquietudes profesionales, y dejar de lado lo personal. Obviamente, nos gustaría conocer datos personales de la vida de Barenboim, ya que su vida pareciera ser de lo más interesante. En mi caso, si quisiera contar cosas personales, mínimamente, tendría que escribir una novela. Hasta que la novela venga, voy a tener que conformarme con pequeños comentarios como éste.

El momento de viajar siempre me ha resultado como un momento de trance, al cual yo denomino estar en tránsito. Mi actividad profesional me lleva a viajar mucho, ya sea en tren, colectivo, subterráneo y otros medios urbanos de transporte. Adoro viajar, especialmente en tren. Cuando hago conexión entre estaciones un día de lluvia, gris e impávido, me siento en un incómodo sillón de concreto y contemplo a mí alrededor mientras espero el próximo tren. Los extraños rostros se suceden uno detrás de otro y para mí, todos son idénticos. Las diferencias no tienen cabida en mi limbo personal.
Ese momento de no tener destino de llegada ni punto de retorno significa mucho para mí. Mientras estoy en tránsito, el tiempo se detiene y ya no importa dónde estoy. Un equivalente a la estación de tren, es el aeropuerto. Conectar vuelos en aeropuertos desconocidos suscita cierto romance melancólico. La experiencia de estar lejos de tu casa, rodeado de gente que no habla tu idioma despierta un encanto que permite visualizar la vida de otra manera. Nunca olvido mis experiencias de viaje, son cosas que se graban a fuego. El encanto de ser un desconocido, un simple número que se desplaza en una suma colosal, es algo que me encanta.


La segunda vez que subí un avión en mi vida, me tocaba viajar de corrido doce horas y cruzar todo un océano para llegar a mi destino. Era un viaje muy especial, ya que suponía completar un importante capítulo de historia familiar. Prácticamente, debía cerrar un libro que llevaba abierto veinte años. Entre los nervios de viajar en avión y los propios nervios personales, no podía pegar un ojo a pesar del cansancio colosal. Como buen nervioso, comencé a toquetear todo lo que tenía a mí alrededor y di con la consola electrónica del asiento, que permite al pasajero ver películas o escuchar música. Recuerdo muy bien el momento en el que, desconfiado de la calidad de la grabación puse a reproducir en el aparato, la Pavana para un infanta difunta de Maurice Ravel. El impacto es casi indescriptible. Por un buen tiempo, me creí Ícaro volando entre las nubes y pude olvidarme del avión y de todos mis acompañantes. La sensación me resultó familiar y recordé que la había tenido doce años atrás cuando, por causa de un accidente, termine siendo trasladado en avión a Capital Federal en avión para ser operado. A pesar de que soy pésimo con los recuerdos, estos los tengo a viva piel y creo firmemente que la música ha ayudado a preservarlos intactos en mi mente.

La primera vez que viajé en avión, iba todavía adormilado por la cantidad de sedantes que había recibido en el hospital después del accidente. A pesar de eso, pude retener todos los detalles. Tenía un walkman con un cassette grabado con las canciones que más me gustaban en la radio. De cabo a rabo lo escuché y durante una hora, las nubes tocaron mis tobillos. Allí donde debía haber paredes de metal y escotillas, solamente tenía pilares mullidos modelados por el viento. La segunda vez, esos castillos volvieron a tomar forma y hasta creo haber visto a la joven princesa que Ravel retrató tan poéticamente.
Estar en tránsito conlleva una melancolía especial. Supone estar yendo a un lugar donde alguien te espera, pero buscás que ese momento no se termine jamás.
Muchas veces, dolido por una de esas tantas situaciones que te recuerdan que el mundo no está hecho de algodón, recuerdo las formas vistas en mi propio limbo y olvido la realidad. Acaso, lo más importante de tener tu propio edén, es poder realizarlo en la misma tierra que vivimos todos. Pedir un poco más, tener un objetivo impensable para los demás es acaso lo que marca la diferencia con el común denominador. Cuando todos somos iguales, lo que realmente marca la diferencia, es la imaginación, ese factor que permite que algunos afortunados tengamos una meta un poco más clara.

*El concepto y la sensación de estar en tránsito se explica a la perfección en la película de Sofía Coppola Lost in Translation.
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