Wednesday, April 5, 2017

El futuro

Recuperar la experiencia. Volver a vivir aquellos instantes que despertaron nuestra atención en el pasado, que nos hicieron sorprender, asustar, gritar, bailar y mucho más.
Lo vital del arte, aquello que moviliza y da razón al hecho artístico en sí, es la experiencia. Cada espectador es parte de la masa denominada público, pero en sí, cada espectador es uno consigo mismo. Así de radical es la diferencia que, sentada al lado mío puede haber una chica la cuál supongo tendrá una edad similar a la mía, pero a diferencia de mí, ella tuvo la necesidad imperiosa de bailar al ritmo de la música para luego pararse y buscar un pasillo donde seguir su propio ritual. Tan parecidos como diferentes son las personas que componen al público que compone este planeta llamado Tierra.
Parte de lo que cuento y mucho más sucedió en la última función de More, more, more… Future. La obra creada por Faustin Linyekula fue largamente ovacionada ante una sala que vivió inmersa en las profundidades de lo que unos excelsos intérpretes supieron crear y dinamitar.
Llego a mi casa, arrebatado y extasiado en gran parte por la gran labor de aquél pequeño equipo de bailarines, instrumentistas y cantantes. Cada instante de la obra me llevaba directo a una conexión con mi propia realidad. El autor, un prodigioso bailarín nacido en el Congo no tiene mucho que ver conmigo, con mi realidad, pero en su obra estaban el tedio cotidiano, la irrefrenable necesidad de sacudir a quienes nos rodean, pedir a los gritos a los demás que despierten del eterno letargo que llamamos cotidianeidad. Allí estaba la banda y junto a los músicos, los bailarines, luchando para sacar a la audiencia de su letargo. Batallando por concretar la experiencia.
La idea de un porvenir cercano, la búsqueda de un futuro es el núcleo central de la obra. Pero, ¿futuro para qué? Un teatro en ruinas, diezmado, ofició de anfitrión de una obra que busca trascender al canon y a lo que se considera tradición cultural… ¿Qué agregar ahora? Sigo buscando recuperar la experiencia, la intensidad de aquellas imágenes, del sonido de la respiración después de un corte súbito de la banda ante la audiencia. Pienso en All That Jazz; antes pensé en el comienzo de Hable con Ella, con aquél Café Muller que sirve de conexión entre los personajes de la película de Almodóvar. También pensé en el Gospel, pensé en África, en nuestras raíces, en el Candombe y en la cultura. Pensé en la injusticia del mundo, y también pensé en la liviandad de nuestro paso terrenal. Pensé en lo trivial y en lo trillado, lo cuál me llevó a pensar en qué momento uno se vuelve a una sátiro de sí mismo. Hasta llegué a pensar, que no había más nada que pensar. Sólo contemplar, dejarse llevar.
Cada experiencia es única, irrepetible. Así funcionan nuestras vidas; vamos pasando por momentos únicos que a duras penas podemos conservar en nuestra memoria Así comienza ese insomnio maldito; así es como la rutina nos gana la pulseada, hasta que una noche te encontrás sentado frente a una obra que, como un aullido gutural, te recuerda que estás vivo.