Thursday, July 30, 2015

Eternos y mediocres

“Hablaré por todos los mediocres del mundo.
Yo soy su campeón. Soy su santo protector.
Mediocres de todo el mundo, yo los absuelvo.
Los absuelvo a todos”.

Herr Salieri
en Amadeus, de Milos Forman.

“En la eternidad, sin embargo,
no hay tiempo, como ves:
la eternidad es un instante,
lo suficiente largo para una broma”.

Goethe a Harry Haller
en El Lobo Espetario, de Hermann Hesse.



“Mozart, Mozart ¡Perdona a tu asesino! Lo confieso ¡yo te maté!”. Con estas líneas y en marco de senil desesperación, el personaje de Antonio Salieri comienza su confesión. En esta versión libre de la historia, el personaje del compositor italiano, ofuscado por la fama y por el “verdadero talento” de Mozart, comete los mayores crímenes dentro del arte: el plagio y la obstrucción necia del buen desarrollo de la carrera de un colega.
Amadeus, la película de Milos Forman, supuso en la época de su estreno todo un vuelco de renovada fama, que cubrió también, de un hilo de misterio al genio de Salzburgo. Los espectadores más avezados, supieron al instante que la película carecía de veracidad histórica, y que los documentos clamaban otras cosas. Los tormentos experimentados por Mozart no fueron responsabilidad de su colega italiano. Lamentablemente, el daño ya fue hecho, y la figura de Salieri quedó empañada de un misticismo y de una mala fama digna de Hollywood. Él fue el ladrón y eventualmente, el asesino de Wolfgang Amadeus Mozart.

Lo que sí vio Forman en esta historia fue un material con grandes tintes de intriga novelesca. Una historia que permitiría cautivar a la audiencia.  Un diamante en bruto. No importa si lo que se ve es cierto, las dos horas y media de duración se justifican por si solas. Lo que no se puede negar, es que la historia de Mozart posee muchos atractivos ficcionales, y el hecho de que hayan puntos sin esclarecer, documentos que se han perdido, testimonios sin verificar, hacen más jugoso el misterio y forman la intriga alrededor de una de las personalidades más llamativas de toda la historia occidental.

Este costado de la personalidad de Mozart responde a la célebre frase “Si Mozart hubiera nacido en el siglo XX hubiese sido una estrella de rock”. Hay un germen en la figura del compositor que crea simpatía con las grandes masas. Mozart no es antipático, tal vez como puede resultar Beethoven, y tampoco era una persona de una moral reprobable, como hoy parece ante nuestros ojos Wagner. Mozart no gozó de grandes beneficios luego de perder su juventud virtuosa, y murió en pos de validar su arte y consolidar su figura dentro de un circuito que le era hostil, como lo era la Vienna del siglo XVIII.
Es la figura de Mozart la que cae en lengua popular, y la que más merecedora se hace del credo del “talento natural”, aquello mismo que Salieri pone como obra de una fuerza celestial. Mozart posee el don celestial, él es el elegido.


Nosotros, que no podemos volver en el tiempo y conocer al verdadero Mozart, debemos conformarnos con los registros que han quedado. Lo importante aquí, es que la figura de Wolfgang Amadeus termina de conformarse de manera personal. En referencia con una gran serie  de animación de los años noventa, y a la manera freuddiana, podríamos decir “te saluda el Mozart que hay en mí”. Cada cuál elige, al igual que con cualquier figura histórica, el cariz y el talante que quiere darle, según su gusto e impresión.

Como ejemplo, nos podemos servir aquí de la imagen de un escritor. Y esta vez el material es declaradamente ficcional. Hablamos de la representación de Mozart que aparece en la novela de Herman Hesse, El Lobo Estepario. Aquí, Mozart es un inmortal, uno de los varios personajes que dialogan con Harry Haller, el alter ego del propio autor.
“Hay bastantes personas de índole parecida a como era Harry; muchos artistas principalmente pertenecen a esta especie. Estos hombres tienen todos dentro de sí dos almas, dos naturalezas; en ellos existe lo divino y lo demoníaco, la sangre materna y la paterna, la capacidad de ventura y la capacidad de sufrimiento (…) Así se producen, como preciosa y fugitiva espuma de felicidad sobre el mar de sufrimiento, todas aquellas obras de arte, en las cuales un solo hombre atormentado se eleva por un momento tan alto sobre su propio destino, que su dicha luce como una estrella, y a todos aquellos que la ven, les parece algo eterno y como su propio sueño de felicidad”.

Hesse realiza varias indagaciones sobre la figura de Mozart, y luego, crea una imagen pícara, vivaz, apartándose del registro histórico y volcando su propia impresión y percepción en la lógica del personaje, mezclando al locuaz Pablo, músico de jazz y libertino, con la figura de Mozart.
En diálogo con Harry, Armanda se pregunta, “Mozart. ¿Qué ocurriría con él? ¿Quién gobernó el mundo en su época, quién se llevó la espuma, quién daba el tono y representaba algo: Mozart o los negociantes, Mozart o los hombres adocenados y superficiales? ¿Y cómo murió y fue enterrado? (…) Siempre ha sido así y siempre será igual, que el tiempo y el mundo, el dinero y el poder, pertenecen a los mediocres y superficiales, y a los otros, a los verdaderos hombres, no les pertenece nada. Nada más que la muerte.
-¿Fuera de eso, nada en absoluto?
 -Sí, la eternidad”.

Si nos servimos de la correspondencia dejada por Mozart, tal vez podemos encontrar una imagen opuesta a la propuesta por Forman. Un Mozart religioso y muy respetuoso por su arte. Tal vez, esta sea una construcción más adecuada al carácter de sus obras ¿Cómo alguien tan irrespetuoso podría ser el creador de piezas tan fantásticas? En algo de esto, se asemeja el razonamiento del Salieri de Forman.

En el Tractac del Lobo Estapario se explica: “Cuando adora a sus favoritos entre los inmortales, por ejemplo a Mozart, no lo mira en último término nunca sino con ojos de burgués, y tiende a explicarse doctoralmente la perfección de Mozart sólo por sus altas dotes de músico, en lugar de por la grandeza de su abnegación, paciencia en el sufrimiento e independencia frente a los ideales de la burguesía, por su resignación para con aquel extremo aislamiento, parecido al del huerto de Getsemani, que en torno del que sufre y del que está en trance de reencarnación enrarece toda la atmósfera burguesa hasta convertirla en helado éter cósmico”.
Forman forma un Mozart algo insulso, discriminadamente iluminado por orden y gracia celestial. Hesse nos propone una versión ficcional, un Mozart eterno, acaso uno de esos individuales que componen la cultura occidental y que nunca la abandona.

El cariz dramático de Mozart era gigantesco, y esa característica, a menudo tan olvidada por los intérpretes, es algo que le adjudica gran valor e interés a su música. En sus composiciones hay un fuerte contenido dramático, ese componente que surge del contraste, de dos o más fuerzas que dialogan entre sí. Un lenguaje que muchas veces, trasciende y supera a la palabra, pero que nunca deja de comunicar, de afectar a quien lo escucha. A esto se refería Nikolaus Harnoncourt cuando habla del claro oscuro mozartiano. Una música que posee tanto luz como sombra, y que este rasgo merece ser tenido en cuenta.


En “El diálogo musical”, Harnoncourt elude al llamado cuarteto de la muerte que tiene ocasión en Idomeneo, una de las óperas compuestas por Mozart antes de llegar a sus treinta años. Aquí, la historia se hace patente en la vida de Mozart, ya que el conflicto padre e hijo sucedido en escena es una traducción de la relación del propio compositor con su padre.
En este quinteto los personajes enuncian:

Iré errante, solo; buscando la muerte, en cualquier lugar, hasta que la encuentre.
(…) Serena tu airado gesto, ¡Ah! ¡Se me parte el corazón!
No es posible sufrir más, peor que la muerte, es un dolor así.
Más fiera suerte, mayor castigo, nadie ha probado.

Se hace patente en esta escena el desconsuelo ante lo inevitable. La orquestación y las texturas logradas por Mozart refuerzan los tormentos sucedidos en escena. Al articular la frase “Soffrir più non si può”, los cantantes lo hacen sin acompañamiento orquestal, reforzando una idea de soledad ante el dolor. Cuando la orquesta retoma su parte, lo hace con un acorde diminuido, lo cual refuerza la sensación de tensión. Luego, al momento de decir “Ah il cor mi si divide”, los cantantes lo hacen con notas cortas interrumpiendo la línea melódica indicando agitación y una clara relación con el latir del corazón. Estas son alusiones puramente interpretativas y retóricas, pero que encuentran su correlato con el accionar dramático. Por último, en la última sección del cuarteto, Idomeneo da comienzo a un motivo fugado, el cual se va imitando en las voces de Idamante, Electra e Ilia. El motivo imitado usa la palabra “sofrir” (sufrir) y al pasar por todas las voces podemos relacionar que el sufrimiento es inevitable para todos los seres humanos, pero que cada quién lo hace a su propia manera y por diversos motivos. Al realizar un procedimiento imitativo, similar a una fuga, Mozart podría estar anunciando la inevitabilidad de la trama.

Mozart confiere un enigma a cómo vemos hoy en día nuestro pasado. Muchas personas han ofrecido interpretaciones a su personalidad, y depende de cada uno elegir qué “Mozart” conviene llevar a casa.
El consenso llega cuando se reconoce que se habla de una de las figuras más llamativas de la historia occidental y que, lamentablemente como muchos de sus colegas, no ha disfrutado de un buen pasar por el plano terrenal ni ha ganado la reputación que se le adjudica hoy en día.
Sin pasar a un plano más ingenuo y naif, podemos analizar lo que tenemos a disposición para sacar propias conclusiones.
Tal vez, la obra que más nos deje una sensación de cierre y breve final, es el Requiem, la última composición realizada por Wolfgang Amadeus, y quizás la más autobiográfica.
Dos versiones puedo atreverme a recomendar. La última realizada por Claudio Abbado en el Festival de Lucerna en el año 2013, y la grabación de Nikolaus Harnoncourt para Sony con el Concentus Musicus Wien. Ambas versiones demuestran que hay diálogo en la música de Mozart, y que dentro de ella hay luz y sombra, verdades alumbradas acaso. Un hermoso claroscuro.
Estas obras merecen un claro reposo y un momento de reflexión para una de las figuras más llamativas de la historia del hombre occidental. Acaso, el amigo que todos hubiésemos querido tener o el hermano que todos hubiésemos querido salvar.














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