Friday, June 27, 2014

Lo que mata es la humedad

Según el pronóstico meteorológico, la semana del 16 de junio fue una de las más frías del año. La humedad, ese factor cambiante e impredecible que no permite prever ningún tipo de medida para protegerse del clima es una figurita repetida en la cotidianidad rioplatense. Nada mejor para terminar esa semana patriótica que ir a ver un concierto por la noche.


Durante el apogeo de la ópera barroca en Italia, el teatro representaba una instancia de encuentro social, por lo cual, la estrella no era tanto la música, si no el codeo social. Las sesiones de ópera generalmente consistían en la representación de una ópera seria de alrededor de dos horas de duración  con un intermedio, en el cuál se representaba una ópera bufa o cómica de una hora aproximada de duración, o la interpretación de un concierto, o algunas piezas instrumentales como divertimentos para distender al público y dar rienda suelta a la charla y el cotilleo. Estas maratones líricas solían durar un promedio de entre cuatro y cinco horas. La importancia de la ópera consistía en el espacio de interacción social que esta constituía para la sociedad del 1700 y la música significaba casi un agregado a la ocasión; tanto que los nobles solían comprar palcos, los cuáles eran remodelados por dentro y hasta permitían la incorporación de una cocina y varias cosas más. Las arias de los cantantes durante el estilo barroco consistían en la realización de las llamadas aria da capo. Estas arias eran concebidas como una forma contrastante (A B A´), donde una primer parte rápida (A) se antepone a una segunda lenta (B), o viceversa. Luego, se vuelve a repetir la primer parte (A´), pero esta vez el cantante utiliza, según su criterio y buen gusto, adornos y otras peripecias para demostrar su virtuosismo. Tanto sucedía esto, que cuando el cantante finalizaba su aria el público rompía en aplausos y vitoreos, y muchas veces se pedía la repetición del aria misma. Esta improvisación y embelesamiento, fue tornándose tan ridículo y pomposo que cuando surgió el clasicismo musical, lo primero que hicieron los compositores fue anular el da capo y escribir ellos mismos los adornos, ya que consideraban que tales licencias para los cantantes lo único que lograban era entorpecer el argumento y la acción sobre el escenario.   

Hoy en día, el panorama musical ha cambiado enormemente y aunque los conciertos de música siguen significando una excusa para socializar, podemos encontrar miles de formatos y géneros para aprovechar nuestro tiempo.

En mi caso, decidí hacer honor a años de escucha y devoción por un cantautor argentino que ofrecía un concierto donde presentaba su nuevo disco. El teatro donde se presentó no tenía palcos, pero sí, sillas y mesas para cuatro personas, donde el público se sentaba y podía aprovechar la ocasión para comer y tomar alguna bebida.
Empezando con la hecatombe, traté de recordar en qué lugar de los afiches o de la promoción se había indicado que se podría comer durante el espectáculo, y también, me esforcé por recordar, donde había sido indicado el detalle de que la función comenzaría una hora más tarde de lo señalado, sólo para que el público tuviese tiempo de ordenar su comida y los mozos de repartirla. Tal como lo pensaba, esos mínimos detalles nunca habían sido informados, por lo cual supuse que eran datos que el público habitué del lugar debía conocer, y yo, como un extraño o un primerizo, nunca fui notificado.
Bueno, una hora de retraso no es un dato grave, pero, como la calefacción nunca anduvo o no fue suficiente, pasamos una hora de frío y aburrimiento junto a mi acompañante. Hasta ese momento, esperábamos con ansias la entrada redentora del artista en el escenario para entrar en calor.
Arranca el espectáculo y podemos contemplar una nueva formación, un cuarteto acústico (dos guitarras, bajo/cello y percusión) que le da un buen color a los arreglos elaborados de temas inéditos. La formación hubiese funcionado bien, con un buen manejo de matices, si la amplificación hubiese sido competente. Saturaciones y desniveles fueron moneda corriente de una primer parte que fue interrumpida por un súbito intervalo, el cual no se supo si fue por cansancio de los músicos o si fue hecho para solucionar las falencias técnicas. Una vez vueltos al escenario, los artistas debieron reiniciar la atmósfera y tratar de salvar a su público de un mar de teléfonos de alta gama, de una desconexión y un frío sideral.
Algunos temas supieron brillar más que otros, y finalmente, el público no se marchó sin dos clásicos bises pedidos en voz alta al autor. Este aprovechó la ocasión para agradecer a los anfitriones por el buen recibimiento (por mi parte, no terminé de comprender si era un mensaje cargado de ironía o sinceridad).
Finalmente, sacamos a cuenta, casi tres horas y media de estadía, con menos de dos horas de concierto neto. El resto del tiempo fueron artificiales: pizzas con poco queso, un clima gélido, parejas que se hablan por celular sin mirarse a los ojos, gente molesta y gente contenta. Queda preguntarse ¿qué espera el público de un espectáculo? ¿Socializar con su pareja o acaso disfrutar de un buen momento? ¿Solo vale sacar una foto o grabar un video para subir a la red?

De nuestro artista no hay mucho que decir, hay discos que gustan más y hay conciertos que gustan menos. Por lo pronto, seguiremos teniendo el recuerdo de una prosa prolija con metáforas profundas, pero siempre garantizando la calidez de una estufa cercana al sillón de nuestro hogar. 
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