Suele ser difícil escribir
sobre personas que lo han antecedido a uno mismo. Pareciese haber un fantasma
que recorre la habitación cada vez que quiero reunir información o empezar a
escribir algunas líneas, haciéndome temer caer en alguna trampa enciclopédica o
en alguna falacia.
Requiere de mucha valentía
repasar la historia, buscar detalles en las fotos, toques perdidos, miradas
frustradas, amores inconclusos.
De manera insensata, me atrevo
muchas veces a escribir lo que me dicta el instinto.
Como si fuese una postal de la
vida misma, la música de Fernando Cabrera pareciese formar un santo y guía de
aquellos músicos que recorren el ambiente de la música rioplatense. Más,
aquella música que fusiona ritmos rioplatenses con otros provenientes del viejo
continente. Cabrera funciona como mito, mitad olvidado, mita santo obligado de
un círculo muy reducido de asiduos oyentes de la música rioplatense. Sin
embargo, en cuanto lo encontrás, recaés en que él siempre estuvo ahí,
influenciando a muchos de los artistas que gozan de mayor salud en el mercado.
Fernando Cabrera es un músico
que no necesita demasiada presentación. Participó del auge de la renovación de
la escena musical uruguaya, allá cuando Eduardo Mateo y Alfredo Zitarrosa aún
seguían poniendo pie sobre los tablados. Cabrera ha sabido alternar su ardua
actividad como compositor, productor y arreglador de una manera admirable y
hasta un poco envidiable.
¿Qué es aquello que más
importa en la música de Cabrera? Asiduo devorador de literatura, la impronta
verbal de sus composiciones refleja una gran importancia del lenguaje hablado.
En su voz grave, descuidada, casi altanera y melancólica en gran medida habita
un espíritu triste, acaso como si su música fuese un relato olvidado, siempre
sucedido e irremediable.
Existe una esencia profunda en
la música de este compositor montevideano, que refleja una especie de aroma del
río de la plata. Escuchar una canción de Fernando Cabrera es comprar un ticket
para un viaje de tres o cuatro minutos a Montevideo. Su música, nos resume
costumbres, añoranzas, tristezas e infinidad de sentimientos ligados al sentir
rioplatense .
Este decir rioplatense se
traduce detalladamente en la canción viveza.
Acaso como un recorrido puntilloso por una mañana en el puerto de Montevideo,
en la famosa ciudad vieja de esta ciudad, aquí el compositor despliega sus
mejores recursos para legar lo que podemos definir como una obra maestra. Así
co
mo Goethe con su Fausto o Hesse con su Lobo Estepario, Cabrera nos presenta
su visión tan personal de la condición humana.
En esta canción, tan
pictórica, con una mezcla de costumbrismo y tradición, se conjuga la visión del
vivo, aquel típico personaje que sabe
sacar ventaja de toda situación y que sin embargo, en el ajuste de cuentas al
final del camino, nunca puede prevenir su patético final.
Cabrera nos enseña que para
ser un buen intérprete no hace falta ser un virtuoso. Acaso, el rasgo que
define si la música de él agrada o no, es su voz. Un poco medrada por los años,
descuidada, flaca, desconsiderada, sus cadencias se asemejan a las del Polaco
Goyeneche. No importa lo que le falta a su voz, solo importa lo que en ella
habita.
Últimamente, sobre el escenario podemos escuchar al compositor interpretando esta composición provisto solamente de una cajita de fósforos. Aquí no hacen falta instrumentos; una voz es suficiente para demostrar que el mundo cabe en una caja de fósforos.
Últimamente, sobre el escenario podemos escuchar al compositor interpretando esta composición provisto solamente de una cajita de fósforos. Aquí no hacen falta instrumentos; una voz es suficiente para demostrar que el mundo cabe en una caja de fósforos.
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