Hablo a título personal. Nadie
se confunda, por favor.
La crítica musical y el gusto
personal viajan por dos carriles diferentes. Podríamos afirmar, mi estimada
audiencia, que incluso, viajan en sentidos opuestos. Si encuentro un ápice de
objetividad, trataré de que se vea volcada en la presente nota.
7 de abril, abril de 2018,
todo comienza aquí. Micro estadio de Atenas, ciudad de La Plata, provincia de
Buenos Aires. Argentina, claro. La banda local, El Mató a un Policía Motorizado
(que nombre che, dirán algunos) consagraba una extensa gira nacional e
internacional con una última parada en la ciudad que los vio nació. El Mató
(abreviemos) estuvo el último 2017 y esta parte del 2018 de ciudad en ciudad
presentando su último álbum, La Síntesis
O´Konnor.
El show se palpita con ansiedad, anuncios puestos en colectivos de línea, muchas réplicas online y algunos rumores web, ésta sería la última vez por mucho tiempo en que la banda tocase en la ciudad de los tilos y las diagonales. Había que aprovechar y no dejar escapar la oportunidad.
En La Síntesis O´Konnor podemos encontrar una fibra más melancólica del grupo, el síndrome post-ruptura vaya a saber uno de qué o cuales miembros de la banda. Ilustremos la sentencia anterior: “Es la depresión sin épica”, corona Santiago Motorizado, frontman de la banda en el primer track del disco, El Tesoro.
Pongamos el contexto, si usamos la regla de los años, la que otorga perspectiva de como el arte se desarrolla, busca y encuentra su propia estética dentro del ámbito musical, podemos observar el paso de una banda del circuito under, con sonidos anclados al punk visceral, adolescente con temáticas de barrio al estilo post-fiesta o juntada con amigos y cerveza. El Mató siempre alegó a los códigos de barrio, a la nostalgia por la adolescencia perdida, al mito suburbano de la clase media ríoplantense.
El show se palpita con ansiedad, anuncios puestos en colectivos de línea, muchas réplicas online y algunos rumores web, ésta sería la última vez por mucho tiempo en que la banda tocase en la ciudad de los tilos y las diagonales. Había que aprovechar y no dejar escapar la oportunidad.
En La Síntesis O´Konnor podemos encontrar una fibra más melancólica del grupo, el síndrome post-ruptura vaya a saber uno de qué o cuales miembros de la banda. Ilustremos la sentencia anterior: “Es la depresión sin épica”, corona Santiago Motorizado, frontman de la banda en el primer track del disco, El Tesoro.
Pongamos el contexto, si usamos la regla de los años, la que otorga perspectiva de como el arte se desarrolla, busca y encuentra su propia estética dentro del ámbito musical, podemos observar el paso de una banda del circuito under, con sonidos anclados al punk visceral, adolescente con temáticas de barrio al estilo post-fiesta o juntada con amigos y cerveza. El Mató siempre alegó a los códigos de barrio, a la nostalgia por la adolescencia perdida, al mito suburbano de la clase media ríoplantense.
El Mató no
es una banda virtuosa, la batería atrasa o delante de forma imprevisible, se
dejan ganar por el momento y la emoción. No hay instrumentistas virtuosos ni
derroche de técnica, pero sí hay comunión, sincronía con el público, empatía y
mucho trabajo fino. Los arreglos instrumentales de La Síntesis O´Konnor transpiran horas y horas de ensayo como si
fuesen gotas de sudor. Este disco es el quiebre, algo así como lo que sucedió
con Massacre y su disco consagratorio, El Mamut. La banda rompió el muro del under donde habitaron cómodos por quince
años. Conocieron el mainstream, y hay que ver qué les depara el futuro. Nada
está escrito en piedra, eso dicen por ahí.
Trato de mantener mis párpados
abiertos. Las ideas se escapan y quiero volcarlas rápido en el papel antes de
que huyan de mi cabeza.
Conocía El Mató por nombre, su
fama los precedía, pero yo nunca los había escuchado con atención. La Síntesis O´Konnor cambió eso y me convirtió
en fan. O casi; admiro su trabajo, me deleita el disco y confieso: soy un
melancólico sin remedio. El disco me llegó a la fibra. Canté las melodías,
toqué las armonías en el piano, en el charango y también grabé un par de
versiones francamente malas. Eso es lo que tiene un buen material, resiste su
uso y desuso. Es un envase abierto para que la audiencia coloque dentro sus expectativas,
vivencias, emociones y muchos ejemplos más.
Jueves 1° de marzo. Voy a
comprar la entrada para el recital de El Mató a un local conocido de remeras en
La Plata. Esta era la ocasión donde yo, devenido fan tardío de una banda under
que transitaba su paso del under a banda de culto de las juventudes argentinas.
Llego a casa y escucho la radio por internet: El baterista de la banda era acusado
de abuso.
Bendita suerte. La banda no supo manejar la situación, realizó un controvertido anuncio online acerca de ponerse a disposición. No importa, la fecha, insignia del fin de gira de una banda que termina de consagrarse con lo que fue el disco más importante del mercado nacional. Paradojas de la fama, creas canciones que hacen bandera en causas poco visibilizadas y terminas atrapado en lo que sólo creías un mal sueño.
En la radio hicieron una reflexión lúcida sobre un tema difícil.
Bendita suerte. La banda no supo manejar la situación, realizó un controvertido anuncio online acerca de ponerse a disposición. No importa, la fecha, insignia del fin de gira de una banda que termina de consagrarse con lo que fue el disco más importante del mercado nacional. Paradojas de la fama, creas canciones que hacen bandera en causas poco visibilizadas y terminas atrapado en lo que sólo creías un mal sueño.
En la radio hicieron una reflexión lúcida sobre un tema difícil.
Leo un comentario en YouTube sobre
un concierto de El Mató: Próximamente Santiago Motorizado va a necesitar dos
motos. Vaya incongruencia, un frontman que no baila, que grita por momentos
hasta romper su voz, e incluso, es gordo.
Merecen la hoguera entonces…
Merecen la hoguera entonces…
El show de El Mató terminó en
paz. La banda hizo un repaso monumental de su discografía y dejó escapar pocos
himnos de su carrera. Desde abajo el recital se sintió como una ceremonia. El
público coreo hasta la más mínima de las estrofas, los más entusiastas, que no
eran pocos, poguearon a partir del minuto uno. La banda hizo justicia al que
fue el mejor álbum del 2017.
Estamos en el 2018 y aún estamos esperando que aparezca un material que se le acerque en calidad.
Estamos en el 2018 y aún estamos esperando que aparezca un material que se le acerque en calidad.
Continúo con esta crónica.
Vayamos al sábado 14 de abril. Radiohead vuelve a la Argentina luego de nueve años de ausencia.
Vamos a decirlo antes que nada:
ofrecieron un show monumental. Más de dos horas y media con una muestra de la
que probablemente sea la banda más original y congruente del escenario mundial
con vigencia actual.
La ecuación de Radiohead
podría ser esta (el condicional refleja mis pocas ganas de realizar
afirmaciones mesiánicas): Formación de banda de rock + utilización de electrónica.
¿Post rock acaso? Una máquina perfecta de rock con tintes electrónicos. Lo mejor del boliche sumado a un aplanador sonido rockero.
¿Post rock acaso? Una máquina perfecta de rock con tintes electrónicos. Lo mejor del boliche sumado a un aplanador sonido rockero.
El despliegue de Radiohead
roza lo sublime. Cada integrante de la banda ejecuta con soberbia su papel en
el entramado del recital. Tom Yorke resultó ser un frontman espectacular, con
grandes dotes de animador, pero también, incansable vocalista (pocos cantantes
se atreven a una gira tan extensa con perfomance de larga duración). Pero
detrás de él se encuentra un soporte perfecto, bajo y baterías, articulando la
ejecución perfecta de la máquina sobre la que se erigen los arreglos. La
complejidad de las texturas rítmicas de la banda derivó en la sumatoria de dos
baterías para reflejar el trabajo de estudio en las formaciones en vivo. Y
sobre ellos, las guitarras, sintetizadores y accesorios que coronan las
texturas finales.
Volvamos a la idea de que Radiohead conjuga lo tradicional del rock, estética con la cuál surgió su carrera, con la vanguardia de la experimentación electrónica. Estamos al frente a una banda que nunca se sintió cómoda con la atención mediática. Recordemos Creep, el himno que consagró hace veinte años a la banda, y del cual, ellos descreen y prefieren dejar en segundo plano.
En música, en arte y en
cultura siempre hay un subtexto. La objetividad consiste en analizar el plano
estrictamente musical. Veamos: Esta banda trabaja la textura sonora como un eje
primario en la composición, y realiza a partir de la experimentación, un
ejercicio cotidiano de su búsqueda artística. Así es como no tienen problema en
realizar composiciones que trabajan con el noise
(ruido) al estilo Climbing Up The Walls
En el plano del subtexto, está
la apropiación de su mensaje literario: la entronación de lo raro, lo weirdo, lo freak.
Lamentablemente, el predio de
Tecnópolis no estuvo a la altura de las circunstancias, dejando pocas opciones
para aquellas personas que se disponían a disfrutar del recital a lo lejos sin
tener que involucrarse en las mareas del pogo. El público fue agradecido y la
banda respondió, otorgaron un setlist memorable, plegado de himnos de la banda,
pero también de gran parte del material del último disco, A Moon Shaped Pool (2016). Hablar de Radiohead es hablar de la
vanguardia que nos queda en la música. Acaso, como si fuera la última
resistencia, la esperanza en que la música aún posee bastiones inalienables en
contra del consumo de masas estupidizante y banal.