Recuperar la experiencia.
Volver a vivir aquellos instantes que despertaron nuestra atención en el pasado,
que nos hicieron sorprender, asustar, gritar, bailar y mucho más.
Lo vital del arte, aquello que
moviliza y da razón al hecho artístico en sí, es la experiencia. Cada
espectador es parte de la masa denominada público, pero en sí, cada espectador
es uno consigo mismo. Así de radical es la diferencia que, sentada al lado mío
puede haber una chica la cuál supongo tendrá una edad similar a la mía, pero a
diferencia de mí, ella tuvo la necesidad imperiosa de bailar al ritmo de la
música para luego pararse y buscar un pasillo donde seguir su propio ritual.
Tan parecidos como diferentes son las personas que componen al público que
compone este planeta llamado Tierra.
Parte de lo que cuento y mucho
más sucedió en la última función de More,
more, more… Future. La obra creada por Faustin Linyekula fue largamente ovacionada
ante una sala que vivió inmersa en las profundidades de lo que unos excelsos
intérpretes supieron crear y dinamitar.
Llego a mi casa, arrebatado y
extasiado en gran parte por la gran labor de aquél pequeño equipo de
bailarines, instrumentistas y cantantes. Cada instante de la obra me llevaba
directo a una conexión con mi propia realidad. El autor, un prodigioso bailarín
nacido en el Congo no tiene mucho que ver conmigo, con mi realidad, pero en su
obra estaban el tedio cotidiano, la irrefrenable necesidad de sacudir a quienes
nos rodean, pedir a los gritos a los demás que despierten del eterno letargo
que llamamos cotidianeidad. Allí estaba la banda y junto a los músicos, los
bailarines, luchando para sacar a la audiencia de su letargo. Batallando por
concretar la experiencia.
La idea de un porvenir
cercano, la búsqueda de un futuro es el núcleo central de la obra. Pero,
¿futuro para qué? Un teatro en ruinas, diezmado, ofició de anfitrión de una
obra que busca trascender al canon y a lo que se considera tradición cultural…
¿Qué agregar ahora? Sigo buscando recuperar la experiencia, la intensidad de
aquellas imágenes, del sonido de la respiración después de un corte súbito de
la banda ante la audiencia. Pienso en All
That Jazz; antes pensé en el comienzo de Hable con Ella, con aquél Café Muller que sirve de conexión entre
los personajes de la película de Almodóvar. También pensé en el Gospel, pensé
en África, en nuestras raíces, en el Candombe y en la cultura. Pensé en la
injusticia del mundo, y también pensé en la liviandad de nuestro paso terrenal. Pensé en lo trivial y en lo trillado, lo cuál me llevó a pensar en qué momento uno se vuelve a una sátiro de sí mismo. Hasta llegué a pensar, que no había más nada que pensar. Sólo contemplar, dejarse llevar.