Hoy la Academia de las Artes y
las Ciencias Cinematográficas entregará los Óscars nuevamente.
Aprovechando este momento de
luces, ruidos y festejos, hagamos un breve repaso de dos de las películas
favoritas, tanto en el rubro como Mejor Película, como al Mejor Director.
Boyhood y Birdman se consolidan
casi como antípodas de un mercado volátil y regido por las reglas comerciales.
Más allá de las preferencias que cada uno pueda tener, aprovechemos la ocasión
para analizar la música que aparece en ambos rodajes.
En el caso de la película de
Richard Linklater, el montaje aprovecha la música para reforzar los cambios de
calendario mientras los años van pasando, en la vida, y en la película. Como es
sabido, Boyhood muestra, durante doce años de registro audiovisual, los cambios
físicos de los actores que participan de la película. Con cada secuencia nueva,
suena una canción de moda, insignia del nuevo año. Podemos escuchar algunos “hits”
del momento y esto nos ayuda a entrar en clima y, muy disimuladamente, a entrar
en la ficción y creer que estamos en el 2002, cuando Blink 182 estaba en pleno
auge de su fama, o cuando Lady Gaga irrumpió el mundo. Linklater no solo nos
muestra a los actores como si realmente estuviesen viviendo su vida, sino que
además, se apropia de los símbolos de cada año, de aquello que a nosotros
mismos nos hace recordar a esos tiempos pasados y a lo que pudimos escuchar en
la radio o en la tele. Así, la realidad parece estar en la pantalla, y en los
parlantes.
Birdman, la otra b del asunto,
se anima a un poco más y aquí podemos realizar un ejercicio didáctico sobre la
música diegética y la extradiegética. Vocablos propios de la tarea
cinematográfica, la música diegética es aquella que proviene de la escena (ej.
en un casamiento, suena un trío de Beethoven tocado por tres músicos que se ven
en la pantalla), y extradiegético como aquella música que proviene de fuera de
escena (ej. la famosa secuencia de “El Danubio Azul” en 2001: Odisea del
Espacio). Podemos escuchar durante gran parte de la película, una batería
acompañando el devenir de la acción, casi como representando un fallido club de
la comedia. Finalmente, en un guiño hacia la audiencia (¿acaso era todo una farsa?), podemos observar durante uno de esos interminables plano secuencia (un
pequeño homenaje a Stanley Kubrick, supongo), a un baterista tocando dentro de uno de
los cuartos del teatro dónde transcurre la acción en Birdman. Finalmente, toda
la música que creíamos fuera de escena, estaba dentro del set (o al menos por
un breve momento).
Parecerá un dato mínimo, pero
teniendo en cuenta la estética planteada y el cariz del guión, este detalle
puede no ser tan irrelevante como parece.
González Iñarritu decide jugar
con dos opuestos. La batería acompañando libremente, como improvisando, todos
los movimientos fuera del escenario, ese lugar donde los actores juegan a ser a
no ser ellos mismos. Y dentro de éste, escuchamos fragmentos de sinfonías de
Tchaikovsky y otros tantos clásicos de la música sinfónica.
En una de las últimas escenas sobre el escenario, cuando
la trama está en pleno desenlace, suena el lied compuesto por Gustav Mahler Ich bin der Welt abhanden gekommen, o en su traducción, Me he retirado
del mundo, el cuál reza en su principio (y lo que se llega a escuchar con
claridad en la película): He
abandonado el mundo, en
el que malgasté mucho tiempo, hace
tanto que no se habla de mí ¡qué muy bien pueden creer que he muerto! (…)
¿Coincidencia? Nada que suceda en el cine debe ser dejado
al azar. La puesta en escena se construye no solo visualmente, sino también, de
manera sonora.
¿Quién ganará el Óscar? No lo sé.
¿Quién ganará el Óscar? No lo sé.
¿Eso significa algo? No demasiado. Por lo pronto, brindemos
por el cine que nos gusta y nos hace disfrutar de una experiencia
enriquecedora.
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.