A partir de la
pubertad se puede definir como humanos a aquellos a quienes la voz los abandonó
como una muda.
En la voz
masculina, la niñez, el no-lenguaje, la relación con la madre y su agua oscura,
con el cerramiento del amnios, luego la obediente elaboración de las primeras
emociones y finalmente la voz infantil que atrae al lenguaje materno, son la
piel de una serpiente.
Entonces los
hombres cercenan las bolsas testiculares e interrumpen la muda: es la voz infantil
para siempre. Son los castrados. O bien los hombres componen con la voz que han
perdido. Recomponen tanto como pueden un territorio sonoro que no se transforma,
inmutable.
O bien los
hombres suplen con ayuda de instrumentos el desmayo corporal y el abandono
sonoro que los sumergió su voz enronquecida. Recobran así los registros agudos,
a la vez pueriles y maternales, de la emoción naciente y de la patria sonora”.
Me permití citar
a Pascal Quignard en una bella descripción acerca del cambio de voz que los
hombres experimentan durante la pubertad.
El Odio a la Música fue editado en la Argentina por la editorial El Cuenco de Plata y es una lectura que me permito recomendar para estos días veraniegos.
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