En julio pasado escribí la
nota Where is Jessyca Hide sobre la
dirección de arte en las series de televisión. Ahora sumaré a la biblioteca de
recomendación la ya finalizada Mad Men.
Un juego de palabras entre
AdMen (advertising men), hombre de publicidades y Mad Men, de traducción literal,
hombres enojados.

Mad Men funciona como una
radiografía de época donde podemos experimentar las reacciones de los “americanos”
ante los sucesos más relevantes de la década tales como el comienzo de la
guerra fría, luego Vietnam, el asesinato de Kennedy y más que nada, toneladas
industriales de machismo, exitismo, consumismo y doble moral al mejor estilo
American Way. Al comienzo la serie se hace difícil de llevar, al menos, si no
dejas de lado los prejuicios y te acostumbras a querer a estos hombres tristes.
Es una pena que la industria de televisión, que tanto suele vanagloriarse sola con los premios Emmy, no haya podido recompensar de manera más grata a una de esas series, que cada tanto, coloca un espejo cruel ante nosotros, no para mostrarnos aquello que más nos gusta ver aunque sea mentira encerrados como Alicia en un viaje fantástico. Este espejo nos recuerda todo aquello que más odiamos y detestamos de nosotros mismos, como costras que se nos adhieren al cuerpo y que no nos podemos quitar.
Si el argumento no convence y
el torbellino de vanidad y egoísmo nos avasalla, bueno, siempre se puede
escuchar la banda sonora y disfrutar de un viaje gratis a una gran época de la
música acompañado de grandes dosis de nostalgia.

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