El dicho dice Traduttore,
traditore, que en castellano sería Traductor,
traidor. En nuestro caso, no estaríamos hablando de un traductor, sino de
un subtitulador.
Oficio extraño el del encargado
del subtitulado. Quienes trabajamos en la ópera, y más particularmente, en
el ámbito de la ópera independiente, sabemos que los puestos más específicos,
son los más difíciles de cubrir. Más, si se trata de un trabajo tan periférico
y especializado como el del subtitulador. A resumidas cuentas, el subtitulador
en la ópera es aquella simpática persona que se encarga de sincronizar los
subtítulos mientras el elenco se encuentra sobre el escenario. La comprensión,
y el trabajo de muchos meses de todo un equipo de trabajo, residen por unas
horas, en él.

Gracias a los avances tecnológicos, hoy en día podemos
disfrutar de la ópera sin siquiera antes investigar el argumento para saber qué
es lo que vamos a presenciar. Por esta misma razón, el oficio del subtitulado es
relativamente nuevo y podemos afirmar que ha logrado dinamizar el acercamiento
de nuevos públicos hacia el género de la ópera en las últimas décadas.Hoy podemos sentarnos en un teatro y dejar que
los subtítulos, con la ayuda de los comentarios del programa, nos guíen a
través del espectáculo.
Lo que me lleva a escribir acerca de esta profesión tan
ingrata y tan poco reconocida por el público en general, es mi primera
experiencia como encargado del
subtitulado. Previamente había tenido contacto con el trabajo, pero solo
delegando a otra persona para que hiciera cargo del muerto. En efecto, cuando
me tocó a mí llevar a cabo la faena, me ví en problemas.

El subtitulador se encuentra en la delgada línea del amor y del odio frente al público. Tampoco hace falta que mencionemos las represalias de los músicos, los cuales, luego de una función, recriminan los errores ajenos argumentando que los han privado de un momento genuino ante la audiencia.
Nadie comprende el trabajo del subtitulador, un trabajo que
parece tan sencillo, tan amable, y que a la vez, resulta ser muy estresante y
complicado. Faltaría que al equivocarse el subtitulador, tuviera que echar a
correr porque una turba lo sigue con palos y antorchas, dispuestos a
crucificarlo frente a la sala de conciertos.
Hay que comprender el hecho de que un simple mortal es capaz
de frustrar los esfuerzos de toda una producción gigantesca. Sin ensayo previo,
sin preparación, el encargado llega, se sienta, posa su comida al lado de la
computadora y se apresta a presionar el botón, ese que da cuerda a la ópera.
Es que la música es así. Solo basta un estornudo para apagar
el pianísimo más delicado, y solo
hace falta un subtitulador despistado para echar agua a la pasión fervorosa de
una audiencia iracunda.

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